La imagen captura el retrato emocionalmente vibrante de una mujer, rodeada por rosas blancas y una rosa roja, cada una añadiendo significado y atmósfera al cuadro. Las rosas blancas, símbolo de pureza y serenidad, complementan la expresión tranquila de la mujer, mientras que la rosa roja aporta un contraste de intensidad y pasión, destacándose en el conjunto.
La piel de la mujer es pintada con una suavidad marmórea y un tono rosado sutil que añade una calidez humana a la escena, dominada por grises suaves y tonos pastel. Este juego de colores no solo realza la belleza estética de la obra, sino que también enfatiza las dualidades presentes: la inocencia frente a la pasión, la suavidad frente a la firmeza.
Su mirada azul, penetrante y fija, es el centro de la composición, proporcionando un punto focal que equilibra y unifica la diversidad de colores y emociones presentes. La intensidad de sus ojos azules, junto con la expresividad de su rostro, teje una narrativa visual que captura la atención y evoca una profunda resonancia emocional en el espectador. Esta obra invita a la reflexión y al diálogo interno, explorando temas de identidad y expresión emocional a través del simbolismo floral y la intensidad del retrato.