LA composición es un retrato surrealista e inquietante de un efebo, con la luz y la sombra esculpiendo su rostro en tonos de mármol. Los ojos, uno verde y otro azul, sirven como portales visuales hacia dimensiones contrastantes, encapsulando la dualidad inherente al sujeto. Esta dualidad se refleja en la expresión ligeramente asimétrica y la variación de colores en su piel, sugiriendo una amalgama de emociones y estados de ser.
Las esferas que flotan alrededor del rostro del efebo parecen cuerpos celestes en su propio cosmos, cada uno reflejando una luz dorada que ilumina y realza su figura etérea. Estas esferas actúan no solo como elementos decorativos, sino también como símbolos de un universo más amplio que orbita en torno a la figura central, sugiriendo una narrativa de inmortalidad y trascendencia.
El juego de luz y color en la obra, junto con los elementos flotantes, crea un ambiente de misterio y grandeza, enfatizando la naturaleza etérea y casi divina del efebo. La imagen invita al espectador a contemplar la complejidad de la existencia que se manifiesta en la representación de este joven, donde la belleza y la enigmática presencia son custodiadas por el silencio celestial de su entorno.